Cuando
eres un niño estás sumergido en el mar de la
imaginación. Unas veces rozas el fondo marino mientras nadas,
otras buceas alrededor de los peces y las ballenas, pero, la mayor
parte del tiempo, simplemente te dejas llevar por la corriente.
Al
final creces. Lentamente haces pie, y el agua te empieza a llegar por
el cuello, luego por la cintura, después por los tobillos,
hasta que el mar se hace tan pequeño que es solo un charco que
te moja los zapatos.
Algunos dicen que si
llenas un vaso con esa agua y te la bebes, vuelves a sumergirte y a
ser el niño que fuiste.
Otros,
sencillamente, nunca dejan de nadar.
En
el mar de la imaginación (prólogo)
(Rafael
Calatayud Cano)
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