miércoles, 17 de julio de 2019

A la sombra

Como manos protectoras, las ramas de los árboles se abren y nos ofrecen una sombra generosa. Bajo su refugio, soñamos con echar raíces y vivir para siempre dentro de ese pequeño paraíso. Tan frescos.

C.M.SB.

¿?

viernes, 12 de julio de 2019

Palabras para hoy


El pájaro es siempre metáfora, por ser música y por ser movimiento, un color que despega para que toda la luz se le pegue a las espaldas. Vibra el aire y el ojo que lo mira. Hay también mucho de envidia. Burlar casi del todo a las fuerzas de la gravedad supone materializar el sentido de los sueños.
El ave siempre, siempre atalanta. Siempre ofrece la mejor hospitalidad posible para la cansada mirada del humano.


La Sonata del Bosque
(Joaquín Araújo)


Fotografía: Mario Cea Sánchez

martes, 9 de julio de 2019

Gente normal

Durante aquellos veranos de la infancia, cuando la granja aún se mantenía en pie, abría la ventana de mi cuarto para que entrara el fresco de la noche. Con la brisa, llegaba la voz de mis padres, sentados ambos en la mecedora del porche. Me gustaba oírles mientras el sueño se iba apoderando de mí. Hablaban en susurros y sus cuchicheos se mezclaban con el chirrido del balancín y el ulular del búho que vigilaba la solitaria casa. Aquellos sonidos tan familiares me reconfortaban y daban seguridad a mis sueños.
Mis padres hablaban de las faenas del campo y de los precios del grano. Sus conversaciones eran monótonas y previsibles, temas siempre repetidos y propios de gente normal, sencilla. Así eran ellos y así querían seguir siendo. Los dos detestaban las estridencias o la interrupción de su rutina. Por eso entendí que el niño raro, mi hermano, acabara enterrado a los pies del roble. 
Les oí nombrarle en una de aquellas charlas nocturnas, una única vez. Según supe, nació mucho antes que yo. Su aspecto extraño y su llanto incontrolable guiaron las manos de mi madre y la voluntad de mi padre.
Recuerdo sus voces pausadas, el tono apacible y monocorde, el mismo que empleaban para hablar del ganado o de las aves del corral. También recuerdo que aquella noche abandoné el refugio de las sábanas para cerrar la ventana. Nunca más volví a abrirla.

C.M.SB.

¿?

sábado, 6 de julio de 2019

Séptimo aniversario

Hoy, después de siete años, el caracol sigue buscando historias. Para contar, para vivir, para disfrutar. Y trata de hallar las palabras precisas, la fórmula perfecta y siempre huidiza.
El caracol sale de sí mismo o se adentra en lo más profundo de su tinta. Observa o inventa. Lo mismo da. Las sílabas le dan aliento y ponen voz a sus sueños. Cada una de ellas abre un camino hacia el  único mundo que anhela, secreto y siempre esquivo.

C.M.SB.

Vladimir Gvozdariki


viernes, 5 de julio de 2019

Arrebato

Rescatas una planta cuyo futuro es incierto y, durante días, la mantienes en agua en tu jardín. Hasta que llega el arrebato y, con el calor de las primeras horas de la tarde, te diriges al camino de los árboles, a la zona que viste arder con dolor. Eliges la sombra de un tronco oscurecido por el fuego y cavas con dificultad. La tierra es muy dura. La observas con cierta aprensión porque te parece poco acogedora. Aun así, entierras la raíz y la cubres. Luego, echas agua y contemplas el resultado. Cuando te incorporas, tienes el cuerpo cubierto de sudor. De pronto, las ramas se agitan y el viento se cuela entre tu ropa. Cierras los ojos y agradeces la sensación de alivio. Las hojas se contonean y cuchichean con sus voces verdes. Entonces te aferras a la idea de que están confabulando para cuidar de tu planta, para vigilar que crezca y busque el sol. 

C.M.SB.

¿?

martes, 2 de julio de 2019

El único pasajero

El maestro decidió que el niño raro se sentaría a mi lado. Pronto nos hicimos amigos, aunque no sé si se puede llamar amistad al sentimiento que nos unía. Lo que sí puedo afirmar sin temor a equivocarme es que nos hicimos indispensables el uno para el otro. Me gustaban sus silencios prolongados y su extraña forma de mirar el mundo.
Durante las clases de la tarde, aquellas en las que nos costaba mantenernos despiertos, dibujaba a escondidas paisajes que me atraían poderosamente. Con trazos certeros, representaba valles enmarcados por montañas oscuras o cielos que anunciaban tormenta. Era habitual ver un carruaje, tirado por corceles negros, vacío de pasajeros y conductor, cruzar aquellos espacios desolados e infinitos. Debo confesar que aquella imagen me seducía más que cualquier otra. Cuando se lo dije, me miró con especial atención. Luego, tomó el lápiz y dibujó mi rostro al otro lado del cristal. Así, en pocos minutos, me convertí en el único pasajero. Después, con idéntica habilidad, se convirtió a sí mismo en el conductor del carruaje. 
Cuando me di cuenta de la fiereza con la que sus manos agarraban las riendas, ya era tarde. Me sujeté al asiento a la primera sacudida e intenté pensar que eran fantasía mía los relinchos de los caballos. 
El paisaje, contemplado tras la ventanilla, se volvió para siempre oscuro. Infinito. 
Entre el rugido de truenos, oía la voz del niño raro espoleando a los caballos. Sin descanso. Sin piedad.

C.M.SB.
¿?