lunes, 28 de febrero de 2022

El pez dorado

Los más jóvenes jugábamos a mezclar nuestros dedos en la fuente de la plaza. Por aquel entonces decían las abuelas que un pez dorado habitaba esas aguas y que solo se dejaba ver cuando se entrelazaban las manos de los que estaban destinados a quererse para siempre. Todavía hoy puedo oír nuestras risas y la letanía del caño. Y veo la mirada de Manuel hundida en la mía, mientras sus manos, demasiado rudas y torpes, perseguían a las mías. Sí, todavía hoy, cuando apenas me quedan recuerdos y el sabor de la soledad es más amargo que nunca,  se me aparece el pececito dorado que asomaba a sus pupilas en el preciso instante en que sus dedos intentaban desesperadamente retener a los míos.

C.M.SB.

¿?


sábado, 26 de febrero de 2022

Huellas

Hay una casa vacía al lado del mar. El balcón, siempre abierto, recibe cada noche a las olas, que saltan y se derraman sobre el suelo de las habitaciones dormidas. El agua se cuela bajo el olvido de los muebles y recorre los silenciosos pasillos. Hasta el amanecer, sueñan las olas tranquilas. Y, con los primeros rayos del sol, saltan de nuevo para volver a su mar. Atrás, en la casa deshabitada, han dejado sus huellas de algas y sal. 

C.M.SB.

Fotografía: C.M.SB.
Collioure
 

martes, 22 de febrero de 2022

miércoles, 9 de febrero de 2022

Solas

Caminas y pasas por delante de esas viviendas recién estrenadas. El ventanal de uno de los bajos queda a la altura de tus ojos. Es de noche y las luces del salón están encendidas. No hay cortinas. Miras y ves a una mujer joven sentada en el sofá. La televisión está encendida y ella sostiene en la mano una copa de cristal. Inclina ligeramente la cabeza hacia atrás y da un sorbo corto. Después, picotea de una bandeja y, mientras mastica,  sigue con la mirada puesta en la pantalla. Como siempre, como si fueras el fisgón de la Ventana indiscreta, analizas esa escena cotidiana, esa imagen encerrada en algo muy parecido a un fotograma. Por un instante, envidias la comodidad del asiento mullido, el sabor del vino y de la tapa que lo acompaña. Envidias esa sensación de calma, de fiesta solitaria y privada. Envidias el sosiego evidente de esa desconocida que, ante tus ojos, estrena un espacio nuevo, quizás una vida nueva. 

Sigues andando y en tu camino se cruza otra mujer. Sus pasos son muy rápidos. Mira al frente y, entre sus manos, muy juntas, muy pegadas al pecho, sostiene una radio encendida. Aunque la visión es muy fugaz, tienes el tiempo suficiente para el asombro. Te chocan esos dedos, la fuerza con la que agarran el aparato, la determinación de las pisadas, la aparente concentración en esa voz que acompaña y que cuenta el mundo. Y en el momento en que la voz del locutor se aleja de ti, sientes la necesidad de sentarte a  escribir estas líneas cuyo título llega por sí solo.

C.M.SB.

En la imagen: La ventana indiscreta, 1954