Sí, hoy celebro el cuarto aniversario de este blog. Hace exactamente cuatro años abrí por primera vez esta ventana a la que me asomo y te asomas de vez en cuando. Hoy lo hago en una hora de silencio y calor. Apenas entra ruido por las ventanas y las cortinas cuelgan lánguidas porque no hay ni una gota de viento que las mueva. De fondo oigo el canto de un pájaro y una especie de zumbido que emana del ordenador que, probablemente, se queja también del bochorno que reina en la habitación.
En el tercer aniversario (acabo de revisarlo) hablé de los días raros y de los cambios que trae el tiempo. Hoy hablo de la mudanza de objetos que, a lo largo de muchos años, han ocupado un espacio que un día se les asignó y que ha perdurado. Llega un momento en que esas cosas que nos han acompañado durante media vida se acoplan a un cajón o a una estantería en una perfecta simbiosis. De pronto, las circunstancias nos inducen a cambiarlos de ubicación. Al sacarlos de su sitio, tenemos la extraña sensación de estar arrancando algo vivo, un recuerdo muy presente, una asociación indisoluble que anida en la mente desde no se sabe cuándo. Esos objetos, colocados en otro lugar, nos parecen distintos y en cierto modo, ajenos. Esos viejos objetos que alcanzábamos casi con los ojos cerrados, que encontrábamos a la primera y casi sin mirar, se pierden de repente en la casa nueva, en ese cajón que nunca antes habíamos utilizado, en esa estantería que aún luce incompleta. Quizás, cuando pase mucho tiempo, volveremos a sentirlos tan cerca y tan nuestros como los sentimos en nuestra otra media vida, esa que se ha ido para no volver.
C.M.SB.