miércoles, 22 de julio de 2015

lunes, 20 de julio de 2015

Ojos azules

Se le escapó el globo. El mismo que su padre le había regalado para complacerla, el mismo que había sujetado con mimo durante el largo paseo. Lo vio alejarse y, por un instante, creyó lamentarlo. Sin embargo, cuando lo imaginó libre, amigo de los pájaros, volando como ellos junto a las nubes, se sintió ligera.
Alargó la mano para desearle un buen viaje. Y el cielo entró en sus ojos.

C.M.SB.

Mural: Banksy

jueves, 16 de julio de 2015

En fin

Sudar se ha convertido, casi, en una forma de vida.

C.M.SB.

Marlon Brando en Un tranvía llamado deseo (1951)

martes, 14 de julio de 2015

Sentidos 3

En el silencio de la casa nueva, se oye a lo lejos el paso del tren. Y me gusta.

C.M.SB.

David Curtis

lunes, 13 de julio de 2015

Botón a botón

Se dio el último retoque y se miró en el espejo. Sin asomo de vanidad, se dio a sí misma el visto bueno: cada botón en su ojal, los guantes eran los adecuados, el bolso, perfecto.
Como cada mañana, echó a andar hacia la cafetería donde desayunaba. Sus tacones reconocieron inmediatamente el suelo del establecimiento. Como cada mañana, se sentó junto al ventanal y, sin necesidad de pedirlo, el camarero le sirvió un café bien cargado y le trajo el periódico casi recién salido de la plancha. Como era su costumbre, ella apenas le miró. Con la espalda recta y como era habitual, comenzó a leer desde la última página. Las noticias siempre le interesaban, sin embargo, aquella mañana, la música de fondo distraía su atención. Era realmente buena. Tenía ritmo. 
Su pie izquierdo fue el primero en moverse. Después, le siguió el derecho. Más tarde, los dedos de una mano empezaron a seguir el compás.
Aunque sus ojos pasaban de un artículo a otro, su mente se alejaba poco a poco del papel. Se imaginó a sí misma desabrochándose el abrigo, botón a botón. Se vio sacudiéndose el pelo, la melena suelta, los rizos cayéndole sin control por el cuello y la cara. Se oyó cantar, con los ojos cerrados, la nariz arrugada, la boca muy abierta. Adivinó la voltereta que su bolso daría en el aire y el ruido del pintalabios al rodar por el suelo. Se vio a sí misma bailando entre las mesas, contoneando las caderas, la falda arremangada, los brazos abiertos, las manos libres de guantes,  jaleada por los otros clientes, vitoreada por el personal de cocina.
Cuando llegó a la primera página y dio el último sorbo al café, la música había dado paso a la voz de un locutor. Entonces pidió la cuenta. El camarero depositó el ticket sobre la mesa y la miró con cara de pasmo. Por primera vez la vio ligeramente despeinada, con las aletas de la nariz dilatadas, sin aliento. Ella se ruborizó y se encaminó hacia la puerta. Antes de abrirla, se aseguró de llevar perfectamente abrochados los botones del abrigo.

C.M.SB.

Kenton Nelson

domingo, 12 de julio de 2015

La ciudad fantasma

Rómulo García, promotor de viviendas, se detuvo en lo alto de una escombrera y contempló los bloques a medio construir. La ciudad de sus sueños se había convertido en una ciudad fantasma, en una ruina moderna, en un esbozo de lo que pudo ser y no sería ya jamás. Entornó los ojos y miró con insistencia las cuencas vacías de cientos de ventanas. Así pasaron las horas. Rómulo apenas podía moverse. Tan sólo cambiaba el peso de su cuerpo de una pierna a otra. Hasta que el sol comenzó a caer y las sombras salieron de su escondite. Entonces pensó que quizás había llegado la hora de volver a casa, de nada servía darle vueltas a su fracaso.
Rómulo García, tanteando con los pies, comenzó el descenso de aquella colina artificial, pero apenas había dado dos pasos cuando un ruido a su espalda le obligó a detenerse. Tenso y un poco asustado a su pesar, aguzó el oído. Bien mirado había cometido una locura permitiendo que se le hiciera tan tarde en esas soledades. Su imaginación empezaba a jugarle malas pasadas porque habría jurado que un ser jadeante se le estaba acercando por detrás. Intentó acelerar el paso, tropezó y rodó escombrera abajo. Cayó boca arriba, brazos y piernas abiertos. Aturdido, cerró los ojos e intentó poner freno a su corazón. Un lametazo en pleno rostro le hizo estremecerse. Ahí estaba, un perro negro, enorme, con un collar plateado que refulgía a la luz de las estrellas. Rómulo, paralizado, dejó que el animal le olisqueara. Mientras, alguien se acercó a la carrera. 
 - ¡Vamos, chico!
El perro corrió tras la que parecía ser su dueña y ambos continuaron su camino como si él no existiera.
El promotor consiguió incorporarse con cierta dificultad. Por puro trámite, se sacudió el polvo del traje e intentó alcanzar a las dos figuras que se alejaban.
 - ¡Eh, oiga!
Rómulo corrió tras ellos sin ver dónde ponía los pies, con la extraña sensación de estar dando vueltas en un tiovivo.  Bordeó la escombrera y se encontró en la falda de aquellos edificios que tantas horas de sueño le habían robado.
Las ventanas despedían luz, las cortinas se movían con la brisa de la noche, el silencio había sido sustituido por el rumor de cientos de televisores, las voces rebotaban en las aceras iluminadas por las farolas, el aire se llenaba del ruido de vasos y platos que entrechocaban, los coches dormían en sus aparcamientos, los semáforos pasaban del rojo al verde, en una esquina un hombre tiraba un fajo de papeles al contenedor de reciclaje, en otra la chica sujetaba al perro con la correa, un niño lloraba en alguna parte, los gatos callejeros patrullaban la ciudad, los olores de las cenas se mezclaban igual que las risas y las toses.
Rómulo se sentía desfallecer. Se desplomó en un banco y se secó el sudor de la frente mientras contemplaba lo que tantas veces había imaginado. Así pasaron las horas. Hasta que el sol comenzó a salir y las sombras regresaron a su escondite. Con ellas se fueron los ruidos, las voces, las risas y los llantos, los gatos y el perro, el hombre y la chica.  Entonces el promotor pensó que había llegado la hora de volver a casa. Allí tal vez recobraría la calma y la cordura. 
Echó a andar muy despacio, sabiendo que cientos de cuencas vacías, las de su ciudad fantasma, le veían marchar.

C.M.SB.

viernes, 10 de julio de 2015

jueves, 9 de julio de 2015

Palabras para hoy

No todos los caminos tienen nombre.
Hay caminos que pasan sin ruido.


Caminos sin nombre
Anna Castagnoli
OQO Editora

Anna Castagnoli

martes, 7 de julio de 2015

Días raros

Ayer este blog cumplió tres años. En este tiempo, se han acumulado 449 entradas, 450 con esta. Según dicen los entendidos, todo lo que se cuelga en la red permanecerá para siempre (al menos mientras exista este mundo paralelo de la informática, digo yo). De manera que algo de todas estas cosillas que voy escribiendo sobrevivirá al paso de los años. No sé si me gusta o no la idea, pero, al parecer, lo que uno publica a través de este medio se convierte en indestructible. No hay marcha atrás: lo que se ha colgado ahí queda, a la vista de quien lo quiera ver o de quien lo sepa rastrear. También de quien se lo encuentra por pura casualidad.
Como decía, ayer este espacio cumplió tres años y, como siempre que hay alguna fecha significativa para mí, por minúscula que sea, me da por pensar en todo lo que ha ocurrido y cambiado. Leí en alguna parte que con lo único seguro con lo que debemos contar es precisamente con eso, con el cambio. En este tiempo han sucedido cosas pequeñas y cosas importantes. Algunas incluso, definitivas. Hoy, por una serie de circunstancias, siento una extraña mezcla que me tiene inquieta. Por un lado, una profunda nostalgia por lo que se ha ido para no volver. Por otro, la esperanza de que lo que venga tendrá mucho de bueno, de distinto, de inesperado. Hoy es un día de sombras y luces, uno de esos días  en los que te parece estar contemplando tu propia vida desde fuera.
Sí, seguramente tenía razón quien afirmaba la incontestable certeza de que todo cambia. Aunque hay algo que creo y espero que no cambie nunca: el placer de escribir, escribir en este blog o en una cuartilla o en la servilleta de un bar o en esa libreta destartalada que llevo en el bolso. En este momento, me tranquiliza más que nada el sentir cómo se hunden las teclas bajo la presión de mis dedos. Unos cuantos movimientos rápidos y ahí están las benditas palabras, las que siempre me salvan de perderme en días como hoy, en los días raros.

C.M.SB.




jueves, 2 de julio de 2015

A quien pueda interesar

Escrito en 1929, Mendel el de los libros narra la trágica historia de un excéntrico librero de viejo que pasa sus días sentado siempre a la misma mesa en uno de los muchos cafés de la ciudad de Viena. Con su memoria enciclopédica, el inmigrante judío ruso no sólo es tolerado, sino querido y admirado por el dueño del café Gluck y por la culta clientela que requiere sus servicios. Sin embargo, en 1915 Jakob Mendel es enviado a un campo de concentración, acusado injustamente de colaborar con los enemigos del Imperio austrohúngaro. Un breve y brillante relato sobre la exclusión en la Europa de la primera mitad del siglo XX.

(Reseña de la Editorial Acantilado)

De todas las palabras de esta joya, me quedo con las últimas:

Precisamente yo, que debía saber que los libros sólo se escriben para, por encima del propio aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido.

                                                 Mendel el de los libros (Stefan Zweig)



miércoles, 1 de julio de 2015

Semillas de verano

Ayer, mientras tomaba un café en una terraza, leía las palabras de Manuel Vicent publicadas el domingo anterior en El País (Puñalada).  Hablaba de un hecho trágico e inexplicable como siempre lo es la violencia y, de pronto, con el arte que caracteriza a este magnífico escritor, surge de lo más negro la poesía:
[...] la indecible ansia de felicidad, la melancolía del tiempo que huye y el deseo imposible de agarrarse a un asa de viento para huir, la espera de ese sol que a partir de esa noche comenzará de nuevo a morir hacia el otoño llevándose por delante nuestra memoria hacia las hojas amarillas que de nuevo cubrirán los caminos.
Hermosas, melancólicas palabras las que me acompañaron en esas primeras horas de la mañana.
Al final del día, el primero de mis vacaciones, me regalaron unas semillas. Las plantaré en una tierra buena y veré qué nace de ellas. Así da comienzo mi verano.
C.M.SB.