jueves, 24 de septiembre de 2015

El bazar de las sorpesas

El otro día y después de muchos años, volví a ver El bazar de las sorpresas. Se trata de una película dirigida por Ernst Lubitsch en 1940. Guardaba de ella un grato recuerdo y he de decir que, al verla por segunda vez, disfruté tanto como en la primera. Traspasé las puertas de esa tienda de regalos en la que transcurre la vida de unos personajes a los que reconocí como viejos amigos. Sin moverme del sillón viajé a ese Budapest en blanco y negro, a esa ciudad de mentira por la que caminé sorteando los copos de nieve artificial. Durante noventa y cuatro minutos el universo se redujo y adquirió las pulgadas del televisor. Todo un mundo encerrado en la pantalla. Una delicia. 

C.M.SB.

James Stewart y Margaret Sullavan

lunes, 21 de septiembre de 2015

Sin salida

Juntos se adentraron en el laberinto y juntos olvidaron que deseaban salir de él. En cada giro perdieron un recuerdo, una cara, una fecha, un nombre. Juntos lo olvidaron todo. Así anduvieron largo tiempo, cogidos de la mano, sin olvidar reírse del aprieto en el que estaban metidos.

C.M.SB.

L. Bargalló

viernes, 18 de septiembre de 2015

Por fin...

es viernes. Vamos a disfrutarlo. Feliz día a todos.

C.M.SB.

                 
Patricia Bol
                                                                   

martes, 15 de septiembre de 2015

Va por ti, Rompesuelas

Éramos miles en la Puerta del Sol. Miles llegados desde todas las comunidades autónomas del país. Miles diciendo no a esa fiesta de sangre conocida como El Toro de la Vega. Miles intentando salvar la vida de Rompesuelas.  
Éramos muchos en la manifestación de la Puerta del Sol. Más que el año anterior. Menos que el año próximo. Estoy segura. Como también lo estoy de que llegará un día en que la razón y la compasión estarán por encima de tradiciones y de intereses económicos. Es cuestión de tiempo. Y de seguir insistiendo. Porque como decía mi admirada Rosa Montero, al final venceremos.

C.M.SB.


lunes, 14 de septiembre de 2015

Una cosa me lleva a la otra

Esta mañana echo un vistazo al dominical y me encuentro con un fotógrafo que no conocía: Masao Yamamoto. Me detengo en sus imágenes y me gustan por su aparente sencillez. Escribo su nombre en el buscador y encuentro muchas más. Me cuesta elegir. Y así, intentando escoger una para compartirla contigo, tropiezo con la obra de otro autor que tampoco conocía: Álvaro Sánchez-Montañés. Contemplo sus imágenes y me gustan también. Nuevamente me cuesta elegir. Pero lo hago y, mientras escojo, pienso que así podría seguir hasta el infinito. Lástima que no haya tiempo para que una cosa me siga llevando a la otra.

C.M.SB.

Masao Yamamoto

Álvaro Sánchez-Montañés





jueves, 10 de septiembre de 2015

El primer día

El niño agarró la mano de su madre y echó a andar. Sus pies se encontraban a gusto dentro de los zapatos nuevos. El niño miraba como si sus ojos quisieran acostumbrarse a estudiarlo todo desde el primer momento y sonreía mientras su madre le contaba lo bien que lo iba a pasar en clase, mientras le hablaba de sus nuevos amiguitos, de lo mucho que aprendería. Estrenaba babi y mochila. Libros y cuadernos. Lapiceros y cartulinas. 
Conforme avanzaban, la calle se veía llena de otras madres y de otros niños. Atravesaron una puerta grande. Recorrieron un largo pasillo. Había mucha gente, mucho ruido y en el aire flotaba el polvo de las tizas. Los otros, aquellos que serían sus amigos, lloraban agarrados al cuello o a las piernas de sus padres. También él se puso a llorar. Quería volver a casa, quitarse el babi y los zapatos. De repente le hacían daño. Quería ponerse los viejos, los de antes, los que llevaba la víspera, cuando todavía era pequeño y el mundo, un lugar seguro.

C.M.SB.

Soizick Meister

martes, 8 de septiembre de 2015

lunes, 7 de septiembre de 2015

Al fin

Pocas situaciones cotidianas son más incómodas que viajar en un ascensor con personas de las que sólo sabes a qué piso van. Hoy éramos cuatro e íbamos realmente comprimidos. El silencio era espeso. El viajero más alto ha decidido mirar al techo. Los dos más bajitos, al suelo. Yo, de estatura intermedia, he abierto mis llaves en abanico y he recorrido con los ojos sus perfiles dentados. Las he mirado con el mismo interés desmedido que pone uno cuando tiene la suerte de encontrar publicidad en el buzón y se parapeta tras la oferta de detergentes. 
Excepto los saludos exigidos por la buena educación, nadie ha pronunciado una sola palabra.  Al parecer, a todos nos ha dado pereza hablar del tiempo. Afortunadamente he sido la primera en bajar, en sentir el bálsamo de la huida. Los otros tres han continuado su ascenso, un poco más anchos en el reducido espacio, un poco más aliviados, con un poco menos de terror a rozarse, con igual ansia de ver la puerta abierta. Al fin.

C.M.SB.




domingo, 6 de septiembre de 2015

Lo suscribo

Escribo este artículo (que tardará dos semanas en llegar a tus manos) con el corazón tiritando: acabo de leer que quien ató a un perro en Carrión, le roció con un líquido inflamable y le quemó vivo es un menor. El perro tardó días en morir. La autopsia demostró antiguas lesiones por torturas. El menor ha sido detenido, pero me temo que habrá pocas consecuencias. Al margen de la psicopatía concreta que pueda existir en este caso, lo que más me acongoja es la certidumbre de que estas atrocidades se potencian cuando la sociedad hace alarde de crueldad contra los animales y cuando educa a los niños en la celebración de esa barbarie. Y somos unos malditos inconscientes al comportarnos así, porque numerosos estudios demuestran que hay una relación directa entre la violencia contra los animales y la violencia contra las personas. Lo cual por otra parte es lógico; torturar a un ser vivo exige desarrollar tal falta de compasión que sin duda tiene que tener consecuencias peligrosas para la sociedad.
La ignorancia, la costumbre y los prejuicios pueden cerrarnos las entendederas. Soy hija de torero y, aunque siempre con cierta desazón por la crudeza de la lidia, fui una buena aficionada hasta que crecí por encima de mi entumecimiento cultural. Y en eso consiste precisamente civilizarse. En intentar ser mejores de lo que somos. Más empáticos, menos feroces. De hecho, en España hemos ido progresando por ese camino. Lo terrible de la fiesta de los toros es que hace de la carnicería un espectáculo; esto es, proporciona un modelo de relación con los animales y es un perfecto indicativo del nivel general de aceptación de la violencia en nuestra sociedad. Durante muchos años, los caballos de los picadores salieron sin peto. Los toros evisceraban cada tarde a media docena de animales; los pobres jacos caminaban pisándose las tripas, decía Valle-Inclán. Les metían los intestinos a puñados, los cosían en vivo y los volvían a sacar. Ese horror terminó con la ley que impuso la protección en 1928. Pues bien, Ortega y Gasset, que sin duda era un sabio, escribió un artículo indignado diciendo que el peto acababa con la grandeza de la fiesta. Así de acostumbrados estábamos entonces a la crueldad (un afán matarife que luego estallaría en la Guerra Civil). Si hoy sucediera algo así en una plaza, los espectadores en pleno vomitarían y se desmayarían. Así que hemos avanzado algo. Pero no lo suficiente. Yo no abogo por la prohibición de las corridas: creo que eso puede proporcionarles oxígeno, cuando sin duda están agonizando. La llamada fiesta de los toros es un residuo del pasado, algo tan abiertamente brutal que no tiene espacio en nuestra sociedad. Y no sólo por el evidente tormento de los animales, sino también por las espantosas cogidas: el cornalón de Rivera, que le atravesó el vientre; el pitón que ha empalado la cara de Fortes, alcanzando su cráneo. ¿Pero alguien en su sano juicio puede defender hoy día semejante salvajada? ¿Que el toreo es tradición? Lo mismo que los juegos de gladiadores, que el derecho de pernada o que la esclavitud. Si hubiéramos respetado las tradiciones, seguiríamos viviendo en las cavernas.
Sin embargo, sí creo que hay que prohibir inmediatamente todas esas algaradas populares en las que, sin ninguna regulación ni preparación, se cometen verdaderas brutalidades. Y el buque insignia de la tortura a los animales en este país, el sadismo más redondo y abyecto, es el Toro de la Vega de Tordesillas. A mi padre, que amaba a los animales (somos así de paradójicos), era un evento que le repugnaba. Le parecía cobarde y atroz, y sé que muchos taurinos opinan así. Cuando reanudaron la matanza tras la prohibición en el franquismo, los organizadores del Toro de la Vega explicaban con asquerosa satisfacción que la cosa comenzó cuando el hijo de una aristócrata falleció corneado; la madre dispuso que, como venganza, cada año se matara a un toro de la manera más dolorosa posible. Naturalmente, ahora llevan muchos años sin volver a repetir el origen de su tradición, una historia que deja bien a las claras lo que son: torturadores. El próximo 15 de septiembre, Rompesuelas será perseguido por una horda de energúmenos a caballo y a pie que, con cuchillas atadas a una vara, le tajarán y pincharán donde puedan, la cara, la tripa, los ojos, en un lentísimo martirio hasta la muerte. Es un tormento al que llevan a los niños. Una escuela de futuros verdugos. Si crees que esta monstruosidad es inadmisible en el siglo XXI, por favor, acude a la manifestación de PACMA contra el Toro de la Vega. Es el sábado 12, a las cinco de la tarde, en la Puerta del Sol de Madrid. El año pasado fuimos 45.000. Que oigan nuestra ira y nuestro dolor. El futuro, la civilidad y la compasión están de nuestra parte. Venceremos.

Venceremos (Rosa Montero) 
El País, 6 de septiembre de 2015
Paco Catalán