martes, 25 de agosto de 2015

La casa dormida

Anoche más que fresco era frío lo que entraba por las ventanas, abiertas todas de par en par, como han estado durante este tórrido verano. La temperatura me pilló un poco desprevenida y un tanto melancólica. Ya hay momentos en que se huele en el aire el final del verano. 
Antes de irme a la cama, recorrí la casa cerrando una ventana tras otra. Y, al hacerlo, he de decir que sentí cierto bienestar. Afuera quedaban el ruido, la ciudad, el viento. De pronto, me sentí muy a gusto encerrada en el cascarón. Me metí en la cama, me puse cómoda bajo la ropa y abrí el libro a la luz tenue de la lámpara. En las primeras líneas, mi mente volaba a lo que había en el exterior, al otro lado del cristal. Imaginaba las ramas balanceándose en la oscuridad, los parques desiertos, las solitarias farolas, los bancos vacíos. Me adentré en la lectura, en la sensación confortable de estar a salvo y las palabras me llevaron con sigilo hasta el sueño. Al cerrarse mis ojos, todo se fue a ese otro lado en el que por unas horas dejamos de estar, a ese mundo que desaparece en el silencio de la casa dormida.

C.M.SB.

Jimmy Liao

2 comentarios:

  1. La sensación que describes es una de las cosas más placenteras de la vida. Tras un verano tan absolutamente terrorífico, el hecho de meterse en una cama y arroparse con una manta, es un privilegio y un lujazo. ¡Viva el Otoño!

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  2. Totalmente de acuerdo en lo de la manta. Lo del otoño, bueno, me cuesta un poco más aceptarlo. Su llegada va unida al final de las vacaciones y eso escuece un pelín. En fin, la vida sigue de otra manera. Saludos y gracias por tus palabras.

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