En casa había un cuarto de huéspedes que siempre estaba cerrado porque era de los huéspedes. Las camas estaban hechas, los cajones perfumados, la alfombra sacudida y las toallas preparadas. Mamá entraba todas las mañanas para que siempre estuviera en orden, porque los huéspedes son imprevisibles y nadie sabe cuándo pueden llegar de nuevo.
Durante las noches oíamos ruidos y bajábamos corriendo deseando ver a los huéspedes, pero el cuarto seguía cerrado y mamá nos mandaba de nuevo a la cama. ¡Pobre mamá! No le gustaba nada hacer las camas, perfumar los cajones, sacudir la alfombra y preparar las toallas por culpa de los huéspedes.
Qué nervios los huéspedes. Nadie sabe cuándo llegaron. Nadie sabe cuándo se van a ir.
Fernando Iwasaki
(Ajuar funerario)
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