viernes, 7 de julio de 2017

La tentación del saludo

Tomas tu café en el sitio que más te gusta, junto a la ventana que da a la calle. Pasan unos y otros y el cielo anuncia lluvia otra vez. Hojeas las páginas de una publicación local y te enteras de algunas novedades. Como te ocurre siempre, prolongarías ese rato, pero tienes algunos recados que hacer. Antes de salir preguntas por el baño y la camarera te indica con un gesto de cabeza la boca de unas escaleras que bajan a una profundidad insospechada. Avanzas en una penumbra que, a cada escalón, se parece más a la oscuridad. Tienes la sensación de estar hundiéndote en el corazón de la tierra. Por fin llegas a un pasillo estrecho que huele a ambientador. Empujas la puerta y oyes la palabra ocupado. Esperas largo rato y, por hacer algo, dibujas las líneas de los baldosines con la punta del paraguas. Detrás de la puerta suena el agua y el secador de manos. También te parece oír un murmullo de voces. Del servicio de caballeros sale un hombre maduro. Te mira a los ojos y esboza una sonrisa. Dirías que está a punto de saludarte. A ti, inconscientemente, ya te está asomando un hola a los labios. Como si le conocieras de algo. Pero ninguno de los dos dice nada. Se abre entonces la otra puerta y aparecen dos mujeres. Por su aspecto, parecen madre e hija. Te miran a los ojos y esbozan una sonrisa en la que se adivina una disculpa. Por un momento, te da la sensación de que te van a saludar y te das cuenta de que estás a punto de dar los buenos días. Finalmente, las tres bajáis la mirada y os dejáis hueco unas a otras para moveros por ese espacio reducido. No es fácil, pero evitáis rozaros. Las dos se pierden escaleras arriba, siguiendo las huellas del señor maduro. Tú cierras la puerta.

C.M.SB.

¿?

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