lunes, 6 de enero de 2014

Lazos negros

Su abuela había muerto. Aquella mujer de mirada severa y porte majestuoso no le diría nunca más deja a tu padre tranquilo, ahora está ocupado. Era difícil de entender eso de nunca más para una niña de nueve años. 
Su madre la peinó a conciencia. Alisó sus cabellos y los dividió en dos largas trenzas rematadas con lazos negros. A la niña no le gustaron esas cintas fúnebres. 
Cuando entró en la sala, los rezos a media voz quedaron interrumpidos. Todo el mundo abandonó su asiento y se acercó a ella. Aquellos adultos le dirigieron palabras de consuelo y alabaron su entereza. Por una vez se sintió importante. Con disimulo, se miró en el espejo y, con sorpresa, descubrió que en su rostro se había instalado un gesto apenado, muy acorde con las circunstancias y con sus lazos. Procuró exagerarlo y vio que obtenía el resultado que había esperado. La atención de los presentes se centró definitivamente en ella, tanto que apenas dirigieron una mirada al féretro que contenía el cuerpo rígido de su abuela.
Sus tías consideraron que había llegado el momento de que la niña abandonara la sala. Sería mejor que fuera un rato a casa de unas amigas que vivían en el mismo rellano. 
Sus vecinas la recibieron con los ojos muy abiertos, envidiándole la cercanía con el misterio de la muerte. Las tres acariciaron sus lazos y soñaron con llevarlos también algún día. 
Las horas pasaron sin sentir entre juegos de mesa y paseos por el parque. Cuando regresó a casa, el féretro había desaparecido. Sin embargo, el olor a cera persistiría durante largo tiempo.
Se sentaron a cenar en silencio.
Cuando la niña rompió a llorar, todos soltaron de golpe la cuchara, con profundo fastidio.
Su madre, cuya cara denotaba fatiga, se levantó con esfuerzo y le rodeó los hombros. 
  -No llores, tu abuela está ahora en el cielo- dijo como quien recita una lección bien aprendida.
Después la mujer se dejó caer sobre la silla y continuaron cenando como si nada hubiera ocurrido.
La niña siguió llorando sin hacer ruido. Por primera vez en aquel largo día sentía auténtica pena. Había perdido sus lazos negros.
C.M.SB.

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