viernes, 5 de agosto de 2016

Herencia

Supongo que mi manía de hacer collages viene de lejos y, sin duda, fue mi padre quien, de manera inconsciente, me inoculó ese veneno. Era él quien recortaba imágenes de revistas, periódicos y postales. Luego, las pegaba sin orden ni concierto sobre las paredes de mi cuarto. Valía cualquier cosa, bonita o fea. Cuando me tumbaba en la cama, a la altura de la cabeza, quedaba una rana enorme, con ojos saltones y amarillos. Aquel animalejo era lo último que veía en el día y lo primero que me saludaba al despertar. Yo adoraba aquella habitación.
Un buen día, se decidió que había que empapelarla. Así que todos, yo misma, nos pusimos a arrancar los recortes. Incomprensiblemente, me resultó divertido. Poco después, las paredes se cubrieron de capullos de rosa. El cuarto quedó precioso. Sin embargo, cada noche, antes de apagar la luz, yo buscaba en vano los ojos de la rana. Creo que, todavía hoy, me gustaría volver a verlos antes de cerrar los míos para dormir.

C.M.SB.



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