sábado, 30 de octubre de 2021

El regalo del otoño

Apartó la mirada del ordenador y la dirigió hacia la ventana de la oficina. No le costó ningún trabajo olvidar los informes y las cifras. En realidad le fue muy fácil perderse en la visión de la ciudad, en las calles mojadas por la lluvia, en el revoloteo de las hojas secas. Por fin se había hecho presente el otoño; la abundancia del agua había ayudado a los árboles a descargar  sus ramas, a extender en las aceras un manto de melancolía, de colores propios de la estación. Sus ojos siguieron el caminar de los desconocidos y envidió sus pasos. Pensó entonces que le gustaría atravesar el cristal, sentir el aire fresco en la cara, andar sin destino alguno, notar el leve crujido de las hojas bajo sus pies. Sus pupilas, como dos espejos, atrapaban la vida que pasaba al otro lado de la ventana. Tan absorto estaba, que tardó en oír las voces de sus compañeros y en comprender sus miradas atónitas. Y es que, para su alegría, el otoño también se había colado en la oficina y una bandada de hojas muertas, con piruetas que sabían a despedida, volaban entre cifras e informes.

C.M.SB.

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