El niño raro dio la vuelta al mundo para encontrar el laberinto perfecto. Y, cuando, derrotado, volvió a casa, comprendió que lo que había buscado con tanto afán crecía en su propio jardín.
Inclinado sobre la rosa, con los ojos cerrados, aspiró el aroma fresco y dulce. Y, en un instante, fue atrapado entre sus pétalos, aterciopelados y húmedos.
El niño raro ovilló su cuerpo en lo más profundo de la flor y dejó que su perfume lo adormeciera. No había prisa. A fin de cuentas el laberinto perfecto no tenía salida.
C.M.SB.
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