domingo, 13 de enero de 2013

EL DESEO DE SALIM


El niño se detuvo junto al pozo y, al asomarse, tuvo la misma sensación de cada mañana, la de estar inclinado sobre una garganta abierta en la tierra. Aquella boca enorme estaba a mitad del largo camino que Salim recorría para ir a la escuela.

El niño no sabía que en otros lugares y a lo largo de los siglos, las gentes habían atribuido a los pozos la facultad de conceder deseos. Sin embargo, algo en su interior le invitó a lanzar, no una moneda- pues no la tenía- sino la piedra más diminuta y perfecta que pudo encontrar. Dejó su bolsa en el suelo y encerró un canto redondo entre las manos. Después, lo lanzó a las profundas aguas. La piedra cayó ligera y se hundió con un ruido apenas audible. Pero para Salim aquel sonido tan suave fue una respuesta. Sonrió satisfecho, cogió la bolsa y continuó su camino. La bolsa pesaba muy poco. Dentro solo había una hoja de papel, mil veces usada. Ya no importaba. El pozo, aquella boca abierta en la tierra, haría correr la voz de que él, Salim, necesitaba un cuaderno con muchas hojas en blanco en las que escribir algún día todas las historias que imaginaba de camino a la escuela.
(C.M.SB)



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