EL DESEO DE
SALIM
El
niño se detuvo junto al pozo y, al asomarse, tuvo la misma
sensación de cada mañana, la de estar inclinado sobre
una garganta abierta en la tierra. Aquella boca enorme estaba a mitad
del largo camino que Salim recorría para ir a la escuela.
El
niño no sabía que en otros lugares y a lo largo de los
siglos, las gentes habían atribuido a los pozos la facultad de
conceder deseos. Sin embargo, algo en su interior le invitó a
lanzar, no una moneda- pues no la tenía- sino la piedra más
diminuta y perfecta que pudo encontrar. Dejó su bolsa en el
suelo y encerró un canto redondo entre las manos. Después,
lo lanzó a las profundas aguas. La piedra cayó ligera y
se hundió con un ruido apenas audible. Pero para Salim aquel
sonido tan suave fue una respuesta. Sonrió satisfecho, cogió
la bolsa y continuó su camino. La bolsa pesaba muy poco.
Dentro solo había una hoja de papel, mil veces usada. Ya no
importaba. El pozo, aquella boca abierta en la tierra, haría
correr la voz de que él, Salim, necesitaba un cuaderno con
muchas hojas en blanco en las que escribir algún día
todas las historias que imaginaba de camino a la escuela.
(C.M.SB)
(C.M.SB)
Dominas el requiebro. Me gusta Salim.
ResponderEliminarJavier
Gracias, Javier. Tú siempre me animas.
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