jueves, 2 de enero de 2020

La dulzura de un sabor

Tras un largo sueño, el niño raro se desperezó y se puso en pie. El frío entraba a través de la ventana abierta. También la llamada del bosque, la voz de ese tronco recubierto por una manta de musgo. El árbol, seco y ligeramente caído, poseía una cavidad oculta a los caminantes. Aquel era su refugio, su escondite favorito. Desde allí, a la caída de la noche, oía el crujir de las ramas agitadas por el viento, la respiración pausada de los pájaros dormidos, el vuelo de las aves nocturnas, el silencio poblado de pisadas sigilosas de los animales que reinaban en la oscuridad. Desde allí, imaginaba su cama vacía, su habitación cómoda y repleta de juguetes, sus viejas zapatillas. Desde el corazón del tronco, añoraba el leve ronquido de sus padres, los tenues quejidos de los muebles, el suspiro de los radiadores encendidos. Qué dulce le resultaba el sabor de esa nostalgia. Y lo era más cuanto mayor era el escalofrío del bosque, cuanto mayor era la negrura de un cielo sin luna ni estrellas.

C.M.SB. 

Fotografía: C.M.SB.


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