En el silencio de la noche, el
niño raro se ovilló bajo el peso de las mantas. Y, así, inmóvil e impaciente,
aguardó el momento en que su corazón empezaría a estremecerse con el mismo
aleteo que le había perseguido a lo largo del día.
Pasó la noche y soñó con cielos
amplios y nubes viajeras. Cuando despertó, el niño había olvidado todas las
palabras. Y sin asomo de sorpresa, comprobó que su único idioma era ya el de
los pájaros. Solo a ellos saludó aquella mañana. Solo ellos podían comprender
su deseo de despegar del suelo para volar.
C.M.SB.
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