lunes, 21 de agosto de 2017

La esperanza de un gigante

Aquel hombre, cuya cabeza sobresalía por encima de todas las demás, aquel gigante de hombros y pecho inmensos, de piernas robustas y brazos portentosos, se enamoró sin remedio de la mujer más menuda de la que se tuviera constancia en cien kilómetros a la redonda.
Ella era tan delicada y sus huesos parecían tan frágiles que el hombre siempre temió que se le quebrara en cada abrazo.
Cuando ella le dijo que sí, que se casaría con él, el gigante rompió a llorar. 
Se encontraban en el restaurante en el que comían juntos cada domingo. Los demás clientes, tan habituales como ellos mismos, prorrumpieron en un fuerte aplauso. La mujer se sonrojó un poco y rápidamente desplazó su silla junto a la de él para secarle las lágrimas. Al mismo tiempo y como era su costumbre, picoteaba del plato que él había dejado casi sin probar. Pues ella le había robado no sólo el corazón sino también el apetito.
Cuando, meses más tarde, la contempló vestida de novia y camino del altar, creyó que todo su ser estallaría de felicidad. Estaba tan linda que el gigante apenas se sorprendió cuando la vio elevarse por los aires convertida en una avecilla de plumas blancas. Casi le pareció natural verla revolotear entre las bóvedas y marcharse para siempre por la única ventana abierta. 

Desde aquel día, el hombre visita todos los parques de la ciudad y con ojos atentos vigila cada rama. Aún no ha perdido la esperanza de volver a verla.
Por cierto, en sus bolsillos siempre hay un trocito de pan. Por si a ella le apeteciera picotear algo.

C.M.SB.


¿?


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