Terminas un libro que te ha gustado desde la primera línea y, al cerrarlo, te encuentras un poco huérfana, un poco perdida. Lo acabas y, en ese mismo instante, comienzas a añorar el estilo, el tono, los personajes y la historia que te han acompañado en los últimos días, en los últimos ratos pasados junto a los ventanales o sentada en una terraza, sin más compañía que las palabras de una de tus autoras preferidas. Añoras esa voz que te ha contado a través del silencio de las líneas escritas, a la luz de esos momentos de entera libertad en los que prácticamente dejas de existir para diluirte en vidas ajenas.
Cierras ese libro que tanto te ha hecho disfrutar y lo colocas en su sitio, con la seguridad absoluta de que, pasado un tiempo, volverás a leerlo. Siempre es grato reencontrarse con la felicidad y estás convencida de que una parte de tu gozo te aguardará entre esas páginas.
Recorres con la mirada las estanterías y te detienes en los títulos que todavía te esperan. Los vas descartando. Uno a uno. Todavía es pronto.
Mañana quizás. Ayer viste un libro tras el cristal de un escaparate y te pareció oír su llamada.
C.M.SB.
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