domingo, 11 de diciembre de 2016

Al otro lado

Cuando vives en una casa sin pasillos olvidas lo que significa recorrer ese espacio, largo y estrecho, a oscuras, tanteando con ambas manos las paredes, esas que conoces tan bien, pero que, de repente, se convierten en superficies desconocidas e imprevisibles. Haciendo un esfuerzo, te trasladas a tu niñez, a aquel pasillo taponado en su extremo por una pesada cortina. Aquella tela separaba un mundo de otro. A este lado quedaba el real, el que tú pisabas. El otro, el que quedaba oculto, podía esconder cualquier cosa. Caminabas muy despacio, sin encender la luz, con el corazón palpitante, imaginando que, de un momento a otro, la cortina se desplazaría unos centímetros y dejaría ver a una mujer que, asomándose,  te hacía señas para que te acercaras. Veías su sonrisa y su mano, nada más. A pesar del miedo, tú continuabas dando pasos, como si alguien tirase de ti,  con la angustia agarrada al pecho, deseando alcanzar el final, a punto de desfallecer. Entonces rozabas la tela con la punta de los dedos. Te armabas de valor y la abrías de golpe, esperando sorprender a esa mujer cuyo rostro jamás conseguiste ver. Apretabas el interruptor de la luz. Y no había nadie. A tu espalda, aún se movía la cortina. Habías cruzado al otro lado.

C.M.SB.

¿?

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