miércoles, 7 de diciembre de 2016

A Yolanda

Vas a tu librería habitual sin un objetivo concreto. Desde el mostrador, una de las dependientas te llama con apremio. Un cliente le ha hecho un encargo y el libro, recién llegado, está a punto para que lo recojan. Sin embargo, antes de entregarlo al que será su dueño, quiere enseñártelo. Es tan hermoso que ha pensado en ti.
Es un álbum ilustrado. No hay texto, ni una sola línea. Las palabras, en este caso, sobran. Pasas las páginas en silencio y te sientes observada. La dependienta no te quita los ojos de encima. Sonríe mientras tú acaricias el papel. 
Te gustaría disfrutar de las ilustraciones con calma. Cada una de ellas destila ternura. Entonces levantas la mirada y afirmas con la cabeza. Sí, que te vaya encargando tu propio ejemplar, ese que podrás contemplar con calma, cuantas veces quieras.
Sales a la calle y caminas contenta. En los ojos de la dependienta no has visto el afán de vender sino el de compartir algo bello. Y eso te hace feliz.

C.M.SB.


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