lunes, 10 de octubre de 2016

Una última caricia

Jamás escuché una sola de sus palabras porque su oreja acaparaba toda mi atención. Sí, la oreja izquierda de Anselmo era carnosa, sonrosada y se había desarrollado doblada, como si su dueño, al quedarse dormido en una mala postura durante su niñez, hubiera depositado sobre ella todo el peso de su cabeza y, por tanto,  de su pensamiento, deformándola definitivamente y sin remedio. 
Como decía, nunca presté oídos a sus palabras y, sin embargo, sin ninguna explicación convincente, me casé con él poco después de nuestro primer encuentro.
Nuestra unión se prolongó a lo largo de muchos años, hasta que sobrevino la muerte de Anselmo. Recuerdo que Adelina, aquella amiga fiel que siempre nos visitaba los jueves, trató de consolarme por tan gran pérdida. Yo no me atreví a confesarle que aquel hombre era un completo extraño para mí. De modo que guardé silencio y, tras acercarme al ataúd, dediqué a mi marido una última caricia. Su oreja izquierda estaba más doblada que nunca. También estaba pálida y muy fría.

C.M.SB.

Matylda Jawor

No hay comentarios:

Publicar un comentario