martes, 20 de agosto de 2013

LA RISA DEL MAR

A sus casi ochenta años vio por primera vez el mar. Se sentó en su silla plegable, justo en la orilla, para que el agua le mojara los pies en su eterno ir y venir. Así pasó la tarde, con la mirada clavada en el horizonte azul. Conforme la marea subía, crecían las voces que le aconsejaban desplazar la silla unos metros tierra adentro. Pero ella sólo tenía oídos para las olas. Ellas le hablaban en un idioma que supo interpretar como si lo hubiera aprendido nada más nacer.
Poco a poco, la playa fue quedando desierta. La luz, cada vez más tenue, rebotaba en el plumaje de las palomas que picoteaban la arena.
A sus casi ochenta años navegó por primera vez. La silla se había plegado a su voluntad y surcaba las aguas.
Los turistas se detenían en el paseo marítimo y se asomaban a la barandilla, sorprendidos al oír por primera vez la risa cómplice del mar.
(C.M.SB)



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