lunes, 28 de febrero de 2022

El pez dorado

Los más jóvenes jugábamos a mezclar nuestros dedos en la fuente de la plaza. Por aquel entonces decían las abuelas que un pez dorado habitaba esas aguas y que solo se dejaba ver cuando se entrelazaban las manos de los que estaban destinados a quererse para siempre. Todavía hoy puedo oír nuestras risas y la letanía del caño. Y veo la mirada de Manuel hundida en la mía, mientras sus manos, demasiado rudas y torpes, perseguían a las mías. Sí, todavía hoy, cuando apenas me quedan recuerdos y el sabor de la soledad es más amargo que nunca,  se me aparece el pececito dorado que asomaba a sus pupilas en el preciso instante en que sus dedos intentaban desesperadamente retener a los míos.

C.M.SB.

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