Es de noche y el polluelo está en medio de la calle. Da saltitos hacia ninguna parte y huye de ti sin sospechar que lo único que quieres es salvarle.
Cabe dentro de tu mano. Lo sujetas suavemente y sientes la fragilidad de sus huesos. Le das un poco de alimento y, al principio, lo recibe con desconfianza. Después, abre el pico y pide más.
Construyes un nido de tela y, al instante, sientes su alivio.
Te despides de él hasta la mañana siguiente y ruegas para que el nuevo día te lo devuelva con vida. Y, sí, cuando despiertas, ahí sigue, tan pequeño y tan fuerte a la vez.
Lo dejas en buenas manos, entre expertos que le ayudarán a crecer, a volar.
Salvas a un polluelo y tu alegría es tal que, por un momento, sientes que has salvado al mundo entero.
C.M.SB.
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