Intentas imaginar el rostro del ladrón de plantas. Intentas imaginarlo mirando a un lado y a otro, sobre sus hombros. Intentas reproducir su gesto rápido. Intentas averiguar cuánto de pequeño hay en el alma de quien le quita las flores a un muerto.
Mientras caminas hacia la puerta de salida del cementerio, intentas encontrar la palabra exacta para definir a quien ha robado las flores que tú misma compraste hace tan poco tiempo. Y entonces es cuando empiezas a fantasear con la posibilidad de que un día se levante tu muerto y, con toda la amabilidad de la que era capaz, le pida al ladrón que devuelva la planta a su legítimo dueño.
C.M.SB.
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