Un soplo recorrió la llanura, cálido y apacible como el aliento de un niño dormido. Todo estaba claro y silencioso; y de ese vasto silencio sobresalían los sones ligeros de la noche recién inaugurada: el susurro de los viejos tilos, un arroyo en alguna parte, y la pesada caída de una manzana madura en la hierba de otoño.
Kiomet
(Rainer María Rilke)
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