Tomo
un café, como siempre, junto al ventanal y, sin ningún esfuerzo, me
adentro en la lectura de un suplemento dominical. Me pierdo entre
plantas rescatadas de la extinción, visito la frontera de Méjico y
veo un volcán en erupción. Me sumerjo en el complejo mundo del
autismo e intento entender una realidad diferente y dolorosa, el
difícil camino de una soledad incurable. De vez en cuando, levanto
la mirada y espío el reloj que aparece al pie de una pantalla muda.
En uno de esos minúsculos intervalos, descubro el rostro de Donald
Trump. Su gesto es serio. Camina junto a otro hombre trajeado que, a
juzgar por el movimiento incesante de sus labios, le explica algo de
forma detallada. Yo diría que Trump no escucha, que se esfuerza por
poner la cara de circunstancias que requiere la ocasión. Nada más.
Vuelvo a la lectura, observo las imágenes y paladeo el último sorbo
del café.
Los
minutos pasan rápidos. De pronto me doy cuenta de que el bar se ha
llenado de gente. Las voces se mezclan con el entrechocar de platos y
vasos. Hay mucho ruido y me pregunto por qué todos chillan tanto. Es
entonces cuando me fijo en una chica sentada en una mesa muy cercana
a la mía. Está concentrada y escribe con letra menuda en una
libreta. Sé que se trata de una historia, la suya o la de otros.
Paso a su lado y me imagino sentada junto a ella, leyendo esas
palabras que nacen en el interior de esa burbuja que la chica ha
construido dentro del bullicio de la mañana.
Me
alejo con envidia y, en cuanto puedo, hundo los dedos en el teclado y
escribo estas líneas.
C.M.SB.
¿? |
Ja, ja , ja ... Es difícil crear y aislarse en la burbuja que te permita escribir entre el bullicio ...
ResponderEliminarSí, pero cuando algo te absorbe, llegas a aislarte. Un abrazo, Javier.
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