Alguien saca una navaja del bolsillo. La abre y rasca la corteza durante un buen rato. Torpemente, dibuja las letras y los números. De vez en cuando, mira a su alrededor. Desconfía de la soledad del parque. Cualquier ruido le sobresalta, cualquier sombra le acelera el pulso. Terminada la tarea, da unos pasos hacia atrás y contempla su obra. Después, observa el grosor del tronco y la amplitud de la copa. Es un gran árbol. A saber cuántos años tendrá. A saber cuántos años más vivirá. Muchos, se contesta, casi una eternidad.
Antes de marcharse, cierra los ojos y, con la yema de los dedos, repasa los relieves de las letras y los números. Se siente algo más ligero mientras camina. Y es que piensa que está más cerca de la inmortalidad.
C.M.SB.
Fotografía: C.M.SB. |
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