El cursor parpadea insistentemente en una ventana blanca, indicando el punto de partida, el lugar exacto donde clavar la primera letra de la primera palabra de la primera frase. Aparece y desaparece a minúsculos intervalos, esperando con infinita paciencia a que nuestros dedos se decidan a pasear por el teclado. Esa raya vertical se convierte en el único objetivo de nuestros ojos, en una vocecilla que nos llama desde algún lugar lejano y que de pronto nos recuerda esa cuenta atrás que se inicia cuando el semáforo está a punto de ponerse en verde: 5, 4, 3, 2, 1... ¡Adelante! Las yemas presionan las teclas negras y el texto comienza a construirse.
Escribes siete líneas casi sin detenerte y, de repente, te paras y ahí está otra vez esa llamada que te invita a continuar o a poner fin de una vez, a escribir la primera letra de la última palabra de la última frase del día.
C.M.SB.
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