domingo, 12 de julio de 2015

La ciudad fantasma

Rómulo García, promotor de viviendas, se detuvo en lo alto de una escombrera y contempló los bloques a medio construir. La ciudad de sus sueños se había convertido en una ciudad fantasma, en una ruina moderna, en un esbozo de lo que pudo ser y no sería ya jamás. Entornó los ojos y miró con insistencia las cuencas vacías de cientos de ventanas. Así pasaron las horas. Rómulo apenas podía moverse. Tan sólo cambiaba el peso de su cuerpo de una pierna a otra. Hasta que el sol comenzó a caer y las sombras salieron de su escondite. Entonces pensó que quizás había llegado la hora de volver a casa, de nada servía darle vueltas a su fracaso.
Rómulo García, tanteando con los pies, comenzó el descenso de aquella colina artificial, pero apenas había dado dos pasos cuando un ruido a su espalda le obligó a detenerse. Tenso y un poco asustado a su pesar, aguzó el oído. Bien mirado había cometido una locura permitiendo que se le hiciera tan tarde en esas soledades. Su imaginación empezaba a jugarle malas pasadas porque habría jurado que un ser jadeante se le estaba acercando por detrás. Intentó acelerar el paso, tropezó y rodó escombrera abajo. Cayó boca arriba, brazos y piernas abiertos. Aturdido, cerró los ojos e intentó poner freno a su corazón. Un lametazo en pleno rostro le hizo estremecerse. Ahí estaba, un perro negro, enorme, con un collar plateado que refulgía a la luz de las estrellas. Rómulo, paralizado, dejó que el animal le olisqueara. Mientras, alguien se acercó a la carrera. 
 - ¡Vamos, chico!
El perro corrió tras la que parecía ser su dueña y ambos continuaron su camino como si él no existiera.
El promotor consiguió incorporarse con cierta dificultad. Por puro trámite, se sacudió el polvo del traje e intentó alcanzar a las dos figuras que se alejaban.
 - ¡Eh, oiga!
Rómulo corrió tras ellos sin ver dónde ponía los pies, con la extraña sensación de estar dando vueltas en un tiovivo.  Bordeó la escombrera y se encontró en la falda de aquellos edificios que tantas horas de sueño le habían robado.
Las ventanas despedían luz, las cortinas se movían con la brisa de la noche, el silencio había sido sustituido por el rumor de cientos de televisores, las voces rebotaban en las aceras iluminadas por las farolas, el aire se llenaba del ruido de vasos y platos que entrechocaban, los coches dormían en sus aparcamientos, los semáforos pasaban del rojo al verde, en una esquina un hombre tiraba un fajo de papeles al contenedor de reciclaje, en otra la chica sujetaba al perro con la correa, un niño lloraba en alguna parte, los gatos callejeros patrullaban la ciudad, los olores de las cenas se mezclaban igual que las risas y las toses.
Rómulo se sentía desfallecer. Se desplomó en un banco y se secó el sudor de la frente mientras contemplaba lo que tantas veces había imaginado. Así pasaron las horas. Hasta que el sol comenzó a salir y las sombras regresaron a su escondite. Con ellas se fueron los ruidos, las voces, las risas y los llantos, los gatos y el perro, el hombre y la chica.  Entonces el promotor pensó que había llegado la hora de volver a casa. Allí tal vez recobraría la calma y la cordura. 
Echó a andar muy despacio, sabiendo que cientos de cuencas vacías, las de su ciudad fantasma, le veían marchar.

C.M.SB.

No hay comentarios:

Publicar un comentario