jueves, 21 de agosto de 2014

Habitación 309

Entras en la habitación de un hotel y la recorres con sensación de extrañeza, de no pertenencia. Después, abres la ventana, miras al exterior y observas las que serán tus vistas durante los próximos días. Deshaces la maleta y empiezas a colgar tu ropa en el armario, a colocar los zapatos en su sitio, a estudiar dónde dejar determinados objetos que no están claramente clasificados ni previstos por quien ha escogido el mobiliario. En el cuarto de baño, distribuyes como buenamente puedes el desodorante, el champú y demás potingues. Poco a poco, la habitación va adquiriendo tus colores y aromas cotidianos. Sobre la mesilla, tu libro, ese que has elegido para que te acompañe durante tu breve estancia, ese que leerás a ratos perdidos y entre cuyas páginas encontrarás años más tarde algún papel olvidado que te recordará aquel museo que visitaste o el precio del alquiler de una sombrilla. 
Te duchas y te pones unas prendas limpias y cómodas. Cierras la puerta e intentas no olvidar dónde has guardado la tarjeta para volver a entrar en esa habitación que dejas atrás y que ya has hecho tuya. La ciudad todavía está por descubrir.
C.M.SB.







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