Es muy probable que, a estas
alturas de agosto, ya hayas visto a unos cuantos. Vagando por las carreteras,
cabecigachos y con cara de susto, o quizá ya muertos, con las tripas fuera, en
alguna cuneta. En España se abandonan 300.000 animales domésticos al año,
fundamentalmente perros. Uno cada tres minutos. Estamos a la cabeza de Europa
en este ranking miserable. Sí, seguro que ya te has cruzado con alguna de esas
pobres criaturas condenadas. Ahora bien: lo más inquietante es pensar que
posiblemente también nos hemos cruzado, sin saberlo, con el energúmeno sin
entrañas que les ha abandonado. Quién sabe, quizá fuera ese tipo que estaba
detrás de nosotros en la cola del súper. O esa señora tan fina con la que
compartimos espera en el dentista.
Porque no te creas que a los
energúmenos sin entrañas se les distingue por sus caras de neandertales, o por
tener una sola ceja unida y cerril sobre los ojos, o por andar vestidos con
harapos. Nada de eso. Como es natural, hay canallas de todo pelaje y condición,
y también pueden ser ciudadanos la mar de elegantes, pijos de rolex en la
muñeca que compran al niño, en Navidades, un cachorrito de caro pedigrí, y que
luego, cuando el juguete empieza a hacerse caca y pis por las alfombras persas,
prefiere llevárselo un día al campo en el todoterreno y abandonarlo ahí en
algún despiste del animal. Por cierto, probablemente será el único día en toda
su vida que utilicen el todoterreno para ir al campo.
Quiero conocerlos. Yo quiero
que me presenten a esos 300.000 conciudadanos capaces de cometer una atrocidad
de este calibre. Capaces de convivir durante un tiempo con una criatura
absolutamente indefensa, que te ama con adoración y que depende en todo de ti,
para luego, de pronto, sin ningún remordimiento, normalmente con sigilo y alevosía,
de noche, en algún lugar remoto, abandonar a su suerte (al dolor, a la
mutilación, a la muerte) a ese tembloroso y anhelante puñado de pelos. Primero
les rompen el corazón, antes de que un coche o la pedrada de un gamberro les
rompa el espinazo.
Quiero conocerlos. Quiero que
la policía haga carteles con los caretos de esos desalmados que van disfrazados
bajo la apariencia de seres normales. Que empapelen los aeropuertos, las
estaciones, las calles de nuestras ciudades con sus fotos, que los retraten
como los delincuentes que son. Varios trabajos internacionales han demostrado
que hay una relación directa entre el maltrato animal y la criminalidad contra
las personas. Por supuesto: quien hace eso a su cachorro, probablemente
maltrate también a su hijo, a su esposa, a los viejos a su cargo. Y no sólo
eso: según los estudios, también hay una relación con los delitos públicos:
secuestros, violaciones, robos con violencia. Sí, en efecto: pensar en los
300.000 animales que se abandonan cada año me pone los pelos de punta, pero aún
me espeluzna más pensar en los 300.000 humanos inhumanos que hay detrás. Quiero
conocerlos para poder defenderme de esos tipos feroces.
En España carecemos de una
ley nacional de protección animal. Cada autonomía tiene sus propias normas, y
difieren muchísimo entre sí. El PSOE lleva incluyendo esta ley en su programa
desde 2004. Nunca han hecho nada. La insensibilidad española en este tema es
una vergüenza dentro del contexto europeo. Este país está tan atrasado en
cuanto a la educación animalista que todavía se escucha el roñoso topicazo de
“¡con la que está cayendo, cómo vamos a preocuparnos de los animales!”. Una
frase absurda que, además de despertarme la sospecha, quizá injusta, de que
quien la profiere probablemente tampoco mueva un dedo por los humanos, me
recuerda las muchas veces que, a lo largo de la historia, la causa feminista ha
sido supeditada a otros logros supuestamente superiores. ¿Pedir el voto para
las mujeres? ¡Nooo, primero hay que hacer la revolución!
Pero el caso es que los
principios éticos no se pueden trocear sin traicionarlos. La libertad, la
igualdad y la fraternidad de los hombres no puede ser negada a las mujeres
(aunque se negó durante casi dos siglos); la empatía hacia los seres vivos no
puede interrumpirse para pisotear a los otros animales. De hecho, la manera en
que una sociedad trata a sus animales es un claro indicativo de su nivel de
desarrollo democrático y cívico. Hace dos semanas, junto a la ONG Avaaz,
presentamos en el registro del Ministerio de Agricultura 120.000 firmas,
recogidas en apenas doce días, en apoyo de una ley nacional de protección de
los animales domésticos que actualmente se está tramitando. No es la ley
general que muchos deseamos, pero es un paso. Escribe en Google Avaaz SOS mascotas
y añade tu firma a la petición. Para que el año que viene no puedan volver a
abandonar a 300.000 seres vivos impunemente.
Rosa Montero. El País Semanal. 17 de agosto de 2014.
¡Madre mía!, lo que nos falta para llegar a ser perros, señora Rosa.
ResponderEliminar