LA
RUTINA DE LA ESPERANZA
La esperé durante 5.475 días, quince años de mi
vida alimentando la esperanza. Y un buen día, abrí el
buzón y ahí estaba. La sostuve en la palma de mi mano.
¡Qué poco pesaba en realidad!
Subí a casa. Me guardé la carta en un bolsillo y
preparé un café sin ninguna prisa. Después,
mirando a través de los cristales, lo bebí con calma,
saboreando cada sorbo. En la calle, las hojas bailaban al son que les
marcaba el viento. Abrí la ventana y la carta, ligera, planeó
unos instantes en el aire, sin decidirse a caer. Después, se
precipitó hacia el suelo y desapareció de mi vista. No
había que perder la esperanza. Tal vez, un día, de la
manera más insospechada, la carta volvería a mí.
Cerré la ventana y retomé mis rutinas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario