sábado, 1 de diciembre de 2012

Una historia para compartir...

Siempre un poco sorda, un poco ciega


Hace poco viajé a Edimburgo por cuestiones de trabajo y tuve tiempo para hacer un poco de turismo. En el mismo día, y en menos de cinco horas, me topé por casualidad con tres curiosidades. La primera, la tumba de Bobby, un pequeño y lanudo skye terrier del siglo XIX. Fue el perro de un sereno llamado John Gray; vivieron juntos y presumiblemente felices durante dos años, hasta que el hombre murió. Entonces el perro se instaló sobre la tumba de su amo y no hubo manera de echarlo, aunque los guardianes del cementerio de Greyfriars, hoy en el centro de la ciudad, lo intentaron repetidas veces. Al final, compadecidos ante esa muestra de fidelidad, lo dejaron estar y, con el tiempo, hasta le construyeron un pequeño chamizo y lo alimentaron. Bobby se pasó 14 años sin moverse de la tumba; cuando murió en 1872, a la avanzada edad de 16 años, lo enterraron a la entrada del cementerio y pusieron una lápida todavía visible. Fuera, en la puerta del camposanto, hay una bonita fuente con la efigie del perro en bronce.

Rosa Montero
(El País Semanal, 25 de noviembre de 2012) 



2 comentarios:

  1. Preciosa historia, como la de Hachiko.
    Gracias por la carta, me ha hecho mucha ilusión. A ver si hay suerte.
    Besos,
    Silvia

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  2. Eso, a ver si nos toca a todos. Un beso para ti también.

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