La luz cálida, el primer café de la mañana, la noche que asoma aún por los cristales, las páginas de un libro, la pequeña tregua antes de empezar el día. Y su sonrisa. Dirías que hay ángeles que circulan de incógnito por la vida y jurarías que ella es uno de ellos. Solo hay que verla andar, solo hay que verla cómo sostiene esa bandeja rebosante de dulces y pan. Con tan buena cara que da la sensación de que sostiene un montoncito de plumas. Ni por asomo podría ella imaginar la alegría que te produce verla por las mañanas. Tampoco podría creer que, por más años que pasen, su recuerdo irá unido a tus días. Y es que su sonrisa, tan amable, tan bondadosa, te envuelve y te endulza el comienzo de cada jornada.
C.M.SB.
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