domingo, 24 de enero de 2021

La peliculera

La vida era demasiado real. Lo mejor era dejarla fuera, más allá de las puertas de la sala, más allá de la oscuridad, de la pantalla, de los diálogos de mentira.
La película siempre se hacía corta y la palabra fin suponía un brusco despertar. Salía a la calle, reproduciendo en su memoria cada una de las escenas, imaginando que los personajes que acababan de evaporarse reaparecían a su lado con aquellas ropas de otra época, de otros mundos, susurrándole al oído todo lo que no habían contado a los demás y que habían guardado celosamente para confiárselo porque solo ella había traspasado la frontera que separaba la verdad de sus vidas inventadas. Y ella les escuchaba con el corazón palpitante, absorbiendo sus palabras, atesorando aquellas historias que luego contaría en el patio del colegio, cuando sus compañeras se arracimaban a su alrededor, sentadas todas en corro, con ese silencio expectante que solamente arrancan las aventuras que están a punto de ser relatadas. Y ella, la peliculera, con los ojos brillantes y tan abiertos como cuando contemplaba la pantalla, empezaba a narrar los secretos que le habían transmitido todos aquellos protagonistas en el largo camino que la devolvía a casa. Y, a medida que contaba, una luz intensa, casi cegadora, se proyectaba sobre su figura convirtiéndola en la estrella de esos ratos robados a la realidad de la mañana. 

C.M.SB.

Año 1940



 

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