viernes, 23 de octubre de 2020

La niña de agua

A lo largo de mi vida, desde los primeros años de la infancia, el olor a lluvia me anunció siempre la aparición de Virginia. Con las primeras gotas, se refugiaba bajo mi paraguas y, mientras caminábamos, me contaba secretos de ese mundo al que ella pertenecía y que, para mí, era todavía un misterio. De vez en cuando, detenía mis pasos y observaba los ojos de la niña. A pesar de conocerlos muy bien, nunca dejaban de sorprenderme los dos pececitos que nadaban en el fondo de sus iris azules y que se asomaban a la superficie para saludarme. 
Pasaba el tiempo y yo crecía. Me hice hombre y anciano. Sin embargo, Virginia seguía siendo la misma niña de nuestro primer paseo. Las palabras continuaban brotando de su boca como un manantial inagotable y yo escuchaba en un silencio encantado, dejándome atrapar por aquella risa tan parecida al borboteo de las fuentes. 
Un día, cuando estaba a punto de salir el sol, le pedí a Virginia que, antes de desaparecer de mi lado, me llevara a su mundo. Y ella, con las últimas gotas de lluvia, me invitó a cerrar el paraguas para seguir sus huellas de agua.

C.M.SB.
¿?


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