Dicen que fue un lunes cuando
Rosa y Héctor eligieron el mismo banco para sentarse. Y que, en el transcurso
de un silencio sereno y compartido, acordaron encontrarse una semana después.
Cuentan que, al lunes siguiente, tras intercambiar unas pocas palabras, ella decidió
plantar un puñado de semillas en el jardín y que, al parecer, él escribió el
primer verso de un larguísimo poema. Se rumorea también que, a partir de
entonces, lunes tras lunes, siguieron reuniéndose en el mismo banco y a diferentes horas, para
buscar juntos nuevas formas entre las nubes y para inventarles nombres a las
estrellas.
C.M.SB.
Blanca Gómez |
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