jueves, 15 de febrero de 2018

La mirada azul

Contemplo el mar con el asombro de quien no lo ha visto nunca.  Mis ojos, hipnotizados por el ir y venir de las olas, no logran apartarse ni un segundo de esas aguas de colores cambiantes. El azul, el gris, el verde, el blanco y sus múltiples tonalidades se mezclan en una paleta que se pierde en el horizonte infinito, inabarcable. El agua se riza, caracolea, se duerme y se despierta y, siempre, una y otra vez, se acerca hasta la orilla para saludarme y, un segundo después, se aleja y toma distancia.
De pronto aparece, allá a lo lejos, un velero que se bambolea sobre la superficie con la lentitud de los barcos que nunca tienen prisa. Mis pupilas siguen su avance y mi imaginación construye al hombre que navega sobre la pequeña embarcación. Invento su rostro, las tenues arrugas que el tiempo ha construido en su piel, la tez morena y curtida por el sol, sus brazos fuertes, las profundas líneas de sus manos, el cabello alborotado por el viento, su cuello ligeramente inclinado hacia atrás, su mirada azul, teñida por las aguas del mar.

Imagino que ese hombre me descubre y que agita su mano con la esperanza de que yo lo vea. Invento su gesto con tal claridad que no puedo resistir la tentación de mandarle yo también un saludo. Después, el velero desaparece de mi vista y el mar y yo volvemos a quedarnos como al principio, a solas.

C.M.SB.

Fotografía: C.M.SB.

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