sábado, 6 de febrero de 2016

La trampa

No lo podía evitar. Tenía que llenar cada espacio vacío de la casa: un cuadro, una rinconera, un libro nuevo en la estantería, un péndulo aquí, una figurita allá. Con el tiempo, la vivienda se fue quedando pequeña, las habitaciones resultaban agobiantes, incluso para ella. La decisión estaba clara. Necesitaba un piso más espacioso. 
Le costó encontrar uno lo suficientemente grande como para que todas sus cosas lucieran sin solaparse unas con otras. Al final dio con una casa antigua, situada en pleno centro. El dormitorio era ideal y los pasillos, interminables. Los techos, altos, prolongaban las paredes y las convertían en magníficos expositores. Preguntó el precio y se lo hizo repetir. No podía creerlo. Ni en sus mejores sueños habría podido imaginar una cantidad tan ridícula. No lo dudó. Jamás tendría una oportunidad como aquella. 
La mudanza fue una grata experiencia. Empaquetar sus cosas y repartirlas por la nueva casa le permitió reconocerlas, revivir el momento y el lugar exactos de cada adquisición. Una vez distribuidas sus pertenencias, comprobó que cada objeto quedaba aislado y distanciado del otro, que cada adorno cobraba singularidad y se distinguían con nitidez los colores, volúmenes y formas.
Aquella casa, demasiado amplia,  habría podido ser el paraíso si no hubiera sido por los huecos. Ahí estaban otra vez.  Así que se dispuso a llenarlos, a recuperar el placer de ocupar los espacios vacíos. Sin embargo, conforme transcurrían las semanas, se apoderó de ella un cansancio que no sabía explicar. Por más cuadros que compraba, por más libros y baratijas que adquiría, los huecos cada vez se hacían más grandes, cada vez más insaciables.  Los había por todas partes, reclamando su atención mientras leía o veía la tele, exigiéndole mientras hablaba por teléfono o intentaba dormir en las eternas noches de insomnio. Poco imaginaba ella que la trampa se había cerrado a su espalda la primera vez que echó la llave a la puerta. Que aquella casa, como un estómago permanentemente insatisfecho, crecía a medida que lo alimentaba. Que un día acabaría por engullirla. A ella y a sus cosas. Y que, tras hacer la digestión, se relamería de gusto.

C.M.SB.



2 comentarios:

  1. En un país muy, muy lejano vivía en ser minúsculo que odiaba los espacios con objetos, algo opuesto al horror vacui. Compró una casa que, aunque pidió que se la vaciaran, se la dejaron llena de todo tipo de trastos. Comenzó a despejar lo + accesorio y fue consiguiendo habitaciones vacias. Cuando nada había en ninguna todavía le sobraban las paredes, que comenzó a derribar con impulso febril. Aquello quedó en un solar, pero las baldosas todavía le agobiaban, así que las arrancó y llevó lejos. Ese día, desnudo, porque también le sobraba la ropa, durmió feliz.

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