domingo, 28 de diciembre de 2014

Hamburguesa-estrés

Estás en la fila. Ves que te va a tocar de un momento a otro. Miras los paneles luminosos. Repasas el pedido mentalmente. Una chica con visera te apremia con una sonrisa forzada. Recitas el pedido, pero titubeas un instante. La chica te fulmina con la mirada. Le estás haciendo perder un segundo. El corazón se te acelera, rectificas y a punto estás de pedir perdón con gesto avergonzado. La muchacha teclea a velocidad de vértigo y te extiende un vale que casi vuela por los aires. Te apartas a un lado y, antes de que puedas reaccionar, otra chica con visera canta el número que te corresponde. Recoges la bandeja y buscas desesperadamente una mesa vacía. Una vez sentado, respiras con cierto alivio. Sin embargo, la calma dura poco. Abres los envoltorios, echas el ketchup de cualquier modo y te pones a comer a dos carrillos, a mordiscos frenéticos. Te has contagiado de la prisa, de esa que se huele nada más traspasar las grandes puertas de cristal. La hamburguesa está rica, pero tiene un regusto a estrés.
C.M.SB.




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