Paseas con la mirada clavada en el suelo y, de pronto, levantas los ojos hacia el cielo. Y ahí están las estrellas. Has caminado tan metida dentro de ti que ni siquiera te habías dado cuenta, ni siquiera las habías visto. Y de repente las contemplas como si las descubrieras por primera vez. Te paras entonces. A mirarlas, a saltar de una a otra. El cielo te parece más grande que nunca. Y algo brinca dentro de ti. Quizás seas tú misma, que, admirada, te desenroscas para salir al exterior y tomar así conciencia del último aliento de la noche, de la calle, de esos parpadeos diminutos que cubren la ciudad mientras aún duerme. Y te asalta una alegría que te pone de nuevo en marcha. Esta vez con los ojos bien abiertos.
C.M.SB.
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