Regresas. El coche se desliza por la carretera y, de pronto, tras cruzar una línea invisible, estás de nuevo en tu país. Con todo lo que implica, apunta alguien a tu lado. Y sí, es cierto. De repente, te sientes más cómoda, más segura, más integrada. Y no puedes evitar pensar que ocurre lo mismo cuando abres la puerta de tu casa y tus pies dejan atrás el espacio común para adentrarse en el mundo propio. Abandonas la exploración de lo ajeno, de lo novedoso e imprevisto, de la belleza o fealdad de lo externo para reincorporarte a ese lugar habitado por olores, ruidos y presencias que forman parte de tu yo más personal e íntimo, a ese sitio inexpugnable y profundamente tuyo. Y, una vez más, regresa la imagen de ese caracol que cruza su frontera para enrollarse sobre sí mismo, en su propio país, en su propia esencia.
C.M.SB.
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