martes, 30 de agosto de 2022

Marea baja

Como cada tarde, el niño raro contempló cómo bajaba la marea. Ante sus ojos, de una forma casi imperceptible, el mar se alejaba de la orilla y dejaba tras de sí su fondo marino, esa arena empapada sobre cuya superficie quedaba un rastro de conchas y de algas varadas, de surcos ondulantes a través de los cuales se podía adivinar la dirección que habían seguido las olas. Al niño le gustaba hundir los pies en esa humedad cálida y acogedora, seguir el camino que antes había habitado el mar, andar para ir a su encuentro. Y, una vez alcanzada el agua, dejarse flotar como una barca a la deriva, los ojos cerrados al sol, abandonado todo su cuerpo a ese mar que seguía ensimismándose, replegándose en esa timidez en la que al niño le gustaba navegar en cada atardecer. 

C.M.SB.

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