El ruido que me despertó era leve, pero real. Se trataba sin duda del rasgueo de un lápiz sobre una superficie de papel. Sobresaltada, encendí la luz y allí estaba, sentado muy cerca de mi cama. Era muy pequeño y los pies no le llegaban al suelo. En el regazo tenía una libreta abierta. Las líneas escritas eran rectas y las letras, apretadas y diminutas. Sé que lo lógico hubiera sido preguntarle quién era y cómo había entrado en mi casa. Sin embargo, solo se me ocurrió pedirle explicaciones sobre lo que estaba escribiendo. Tus sueños, me contestó el niño raro. Tú siempre los olvidas y quizás, algún día, querrás recuperarlos. Duérmete, anda, me ordenó. La noche no ha terminado todavía y aún tengo que averiguar qué final le pondrás a este sueño interrumpido.
Y, yo, sumisa, apagué la luz.
C.M.SB.
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