Se contempló como cada mañana. Y con la punta de los dedos, repasó las breves arrugas que el tiempo había grabado en su piel. Contó sus pecas y comprobó que el número era el mismo que en su infancia. Se miró a los ojos y se vio parpadear: una, dos, tres veces, cinco, diez. Luego, trazó con los labios aquel mohín con el que tantas veces se había visto en las fotografías de juventud. Se detuvo en cada lunar y se perdió siguiendo la ruta de sus poros. Se miró con tanta insistencia que acabó encontrando a la desconocida que veía cada mañana, aquella que, atrapada en el espejo, repasaba con la punta de los dedos las breves arrugas que el tiempo había grabado en su piel.
C.M.SB.
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Ana Juan |
Muy bien estructurado ... Como muchos de tus relatos
ResponderEliminarGracias por tus palabras. Un abrazo.
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