martes, 27 de octubre de 2015

De buzón a buzón

En la sección de Economía y negocios, leo un artículo: El cartero se queda sin cartas. Resumido, viene a decir que los servicios de correos del mundo afrontan la caída de envíos y el reto de sobrevivir con la paquetería en un mundo en el que Internet ha liquidado los intermediarios. Pienso en el contenido de mi buzón. Se reduce a comunicaciones del banco y a publicidad. Triste, muy triste.
Yo, que pertenezco a esa especie en extinción que adora mandar y recibir cartas, compruebo que la noticia es probablemente cierta, que llegará un momento en que las sacas del cartero queden vacías. Personalmente me resisto a prescindir de la postal en verano o de la felicitación navideña. Conservo esas dos costumbres por no perder del todo el hábito de contar sobre el papel. Hay rituales que quiero seguir practicando: elegir la tarjeta, buscar un lugar adecuado para escribir, sentarme bajo la luz, cuidar la letra, escoger las palabras, estampar la firma, pegar el sello y, lo mejor de todo, lanzar la carta por esa rendija oscura y mágica (preferiblemente la boca de un león). Reconozco las ventajas de los mensajes electrónicos, su inmediatez. Pero deberían usarse sólo para la urgencia. Para lo demás, para contar nuestra pequeña crónica, para decir lo que sentimos o añoramos, para dejar un recuerdo, para que nuestras palabras reposen y cojan el gusto del tiempo, para alimentar la impaciencia de quien aguarda noticias, para todo eso, deberíamos pedir a los que nos quieren que nos escriban de vez en cuando una carta. Nos harían felices. A mí por lo menos.

C.M.SB.


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