Nuestros pies se mueven por la casa a oscuras, con absoluta familiaridad, sin tener que tantear el terreno, sin tropezar jamás con un obstáculo. Saben el punto exacto en el que deben girar, subir o detenerse. Las manos, que parecen tener vida propia, encuentran sin dudar los interruptores de la luz, los pomos de las puertas, el grifo del agua caliente, el tarro de azúcar en la cocina o las llaves en el bolso. En cada jornada, cada gesto se reproduce con igualdad milimétrica, con esa mecánica carente de pensamiento, de memoria consciente. Marcamos un número de teléfono y el dedo se desplaza con total autonomía, saltando del 6 al 2 o del 5 al 9 mientras nuestra mente anda perdida por ahí, alejada por completo de ese cuerpo que parece haber prescindido de nosotros, que se mueve con asombrosa facilidad por este mundo circular que van construyendo los hábitos, la rutina implacable de los días.
C.M.SB.
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Lieke van der Vorst |