Aquel lunes no supo que sería la última vez que oiría su voz. Por ese error frecuente, por esa confianza tan habitual y tan poco fundamentada, creyó que habría muchas más ocasiones de hablar, incluso de tomar ese café pospuesto una y mil veces.
A pesar de la lógica aplastante de los hechos inesperados, de la fatalidad de que lo que menos deseamos acaba sucediendo, se concedió un plazo de tiempo indefinido para volver a marcar su número de teléfono.
Cuando aquella mañana supo que jamás volvería a hablar con ella, lamentó no poder retroceder a través de las hojas del calendario y rectificar.
Impotente y dolorida, se prometió no dilatar los encuentros, no callar lo que debía ser dicho, no apoyarse más en el ya llegará el momento, no ceder nunca más ante la pereza o ante esa falsa certeza de que el futuro nos traerá otro día, otra oportunidad.
A pesar de la lógica aplastante de los hechos inesperados, de la fatalidad de que lo que menos deseamos acaba sucediendo, se concedió un plazo de tiempo indefinido para volver a marcar su número de teléfono.
Cuando aquella mañana supo que jamás volvería a hablar con ella, lamentó no poder retroceder a través de las hojas del calendario y rectificar.
Impotente y dolorida, se prometió no dilatar los encuentros, no callar lo que debía ser dicho, no apoyarse más en el ya llegará el momento, no ceder nunca más ante la pereza o ante esa falsa certeza de que el futuro nos traerá otro día, otra oportunidad.
C.M.SB.
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